Pensé que después de lo que sucedió
ese día, los había perdido. Pero no fue así, yo desaparecí de sus vidas, de un
día para otro, sin avisarles.
Ellos… ya no estaban conmigo, yo
estaba sola, todo el tiempo. Hasta que sucedió, ninguno de ellos lo sabe, y
espero que siga así, no quiero volver a perderles, ahora que están a mi lado,
como en nuestra infancia.
Aún lo recuerdo…
Era un día primaveral, los cerezos
estaban en flor y ese fin de semana era el festival de los cerezos: El hanabi.
El tiempo era magnífico, el sol
brillaba, después de unos días de tormentas primaverales.
Era mi primer día de parvulario,
estaba tan nerviosa que no podía respirar el aire primaveral, disfrutar de tan
gratificante sensación. Mi madre sujetaba mi mano, de una forma muy calmada,
que en cierto modo me ayudó, pero cuando la soltó dejándome en la puerta del
parvulario, estaba otra vez sola.
El edificio, era de una sola planta.
Las paredes eran de colores llamativos con figuras circulares, triángulos sin
punta y cuadrados con las puntas redondas, esto creaban un ambiente, cálido,
reconfortante, relajador, tranquilo. Todo lo contrario al instituto que iría,
pasados unos años. El patio estaba rodeado de arboles, el cerezo era el que
destaca sobre todos ellos, las hojas de color rosáceo cubrían el suelo, los arboles, y el ambiente,
dándole la alegría que este desprendía.
Di unos pasos, hacía la puerta de
entrada, donde la profesora nos esperaba.
Mira-sensei, era una mujer joven, quizá tuviera alrededor de veinte
años, pero a primera vista, eran muchos menos. Vestía un vestido por la mitad del
muslo, color salmón con unas calcetas, por encima de la rodilla blanca, pero
todo esto iba tapado por un batín, a rayas, blancas y rosa palo. Su pelo color
miel, estaba recogido en una coleta. Los ojos de Mira, eran castaños claro,
como los de un tigre, pero en su mirada se apreciaba la personalidad de Mira
Sarutobi. Alegre, testaruda a veces, confiada, y seguramente algo más… pero la
recuerda como si fuera mi hermana mayor, ella nos unió, y me hizo ver una cosa
muy importante…
Los días pasaron rápidos por esa
etapa de mi vida, los tres nos reunimos con una facilidad increíble.
Mira, nos organizo para jugar a
balón prisionero, dividió la clase en dos equipos, y empezamos. Nosotros fuimos
los que más aguantamos y los últimos en caer.
Solo quedábamos nosotros y cinco
niños del otro equipo. Uno de ellos lanzó el balón, este rodo el aire, y fue a
parar directo a mi rostro. Los mofletes se me sonrojaron, debido al dolor. El
cual intenté ocultar por todos los medios, pero las lágrimas que recorrían mis
mejillas decían todo lo contrario. Cerré los ojos por un instante con fuerza,
restregué mi cara, una sonrisa se formo en mis labios cuando cogí la pelota. Me
gire hacía el niño de cabello s negros que me miraba con un deje de
preocupación en su rostro. Le sonríe y lancé el balón al chico.
-Toma, cuando te diga. Pásamela.
El niño asintió decidido, y cuando
llego nuestro turno, ganamos el juegos con dos jugadas, muy simples.
Mira, silbó anunciando el fin del
juego.
-Venga chicos, a almorzar- se metió
a clase con una sonrisa de oreja a oreja, acompañada de la clase. Yo me fui a limpiarme la cara, aun me dolían
las mejillas. Cogí agua con mis manos y me la tire al rostro. Fue… entonces,
cuando nos conocimos, por primera vez. Cuando me gire con el rostro empapado, ahí
estaban los dos.
-Bien hecho- Era un niño moreno de
piel, cabellos castaños con unos brillantes reflejos miel sobre estos, en su
rostro destacaban unos ojos verdosos, que desprendían energía por doquier.
-G-gracias… - Me sonroje con
dulzura, secándome la cara con la manga de la camiseta. Al lado del castaño
había un niño que era la antítesis del castaño. Pelo negro azabache, piel
pálida como la nieve, y ojos azules, eran como dos lagos.
-E-eres increíble…- Me sonrió de una
forma tan tierna, que hizo que me leve rubor se acentuase más. –S-soy Kisuke… -
su amigo comenzó a reírse de una forma muy sonora y exagerada.
-Tío, preséntate bien- Me dio su
mano. – Soy Seiji, el niño más guapo de este parvulario.
Les sonreí, sorprendida. Como un
niño de ocho años podía ser tan carismático.
-M-me llamo Naoto Kurosaki…
-¡¡Wouo!! Naoto,, que nombre más
bonico, chica. Ahora somos amigos, ¿eh? ¿eh? ¿eh?- Se cruzó de brazos- No lo
olvides.
Les asentí, sonriendo.
Así… fue como floreció nuestra
amistad, al igual que los cerezos en flores… pero todas las flores… se
marchitan.
Shurui-chan Desu ^^
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