RIRI NO HANA ユリの花

   Esta historia fue la que nos llevó hasta la creación de este blog... Mi compañera Shurui-chan y yo, Sora-chan, la escribimos para un concurso literario del instituto... Después de eso, decidimos crear este blog.
   Bueno, primero os presentaré a los personajes de esta historia y luego, debajo, dejaré el texto con la historia completa. Esperamos que os guste mucho y os divirtáis tanto leyéndola como nosotras nos lo pasamos escribiéndola...



                           RIRI NO HANA ユリの花

   "El Shinsengumi (新選組) era una fuerza de policía especial del último período del shogunato en Japón.
En 1863 Kiyokawa Hachirō crea el Roshigumi, antecesor del Shinsengumi. Cuando Kondō tuvo noticias de los disturbios que estaban ocurriendo en Kyôto, marchó con sus hombres para alistarse con Kiyokawa Hachirou. La escuela quedó bajo el mando del hermano mayor de Hijikata. Tras mudarse a Mibú Matsudaira Kamatori, el señor de Aizu les concedió su petición de patrullar pasando a ser "los protectores de Kyôto.El origen del grupo de Kondō se encuentra en la aldea de Tama. Allí se encontraba su escuela (dojo) de esgrima (Kenjutsu (剣術), donde se enseñaba la técnica Tenen Rishin Ryu. Entre los alumnos se encontraban Hijikata (土方歳三義豊) y Yamanami que se convirtieron en vicecomandantes. Inoue (井上源三郎一武), Harada (原田左之助忠一), Nagakura (永倉新八載之) y Okita (沖田総司房良) que cuando se unió a Kondō (近藤勇昌宜) tenía tan sólo nueve años. Todos ellos se convirtieron en capitanes del Shinsengumi."

   La suave brisa primaveral acariciaba mi pálido y fino rostro, los pétalos de los cerezos ya florecidos caían lentamente hasta posarse sobre la húmeda hierba, los pájaros cantaban como todos los días, lo cual me demostraban que la vida continuaría aunque yo ya no estuviese.
Seguro que os preguntaréis quién es este hombre que se lamenta. Soy Okita Sôji, ex capitán de la primera división de los Shinsengumi, las denominadas fuerzas de protección del emperador Aki-Hito en la era Edo…Yo también luché por el emperador durante la revolución Meiji.



   Lo recuerdo como si fuera ayer. El viento golpeando mi cara cuando corría a toda velocidad contra mis enemigos, el olor del acero y la sangre, los gritos de mis rivales cuando el frío metal de mi katana se hundía en su frágil carne, como la sangre fluía por sus cuerpos resbalando hasta caer y estrellarse contra el suelo. No es algo de lo que me enorgullezca, pero sí algo en lo que creía, un motivo para luchar.
Por aquellos años, que ahora me parecen tan distantes y añorables, mi honor y mi orgullo eran lo único que me importaba. Luchaba, mataba, obedecía órdenes…simplemente por mantenerlos sin importarme para quién o contra quién fuese. Esta fue la causa que me llevó a perder lo más importante que tenía en mi vida.

   Corría el año 1864, el templo imperial de Kyôto había sufrido un ataque: habían intentado incendiarlo. Nos movilizaron para proteger al emperador y salvarle de las llamas inminentes. Enviamos un mensajero para pedir ayuda a nuestra fuerza aliada: Shinchôgumi, un comando femenino formado por las mejores kunnoichi del país; una milicia formada para el mismo fin que la nuestra. Fue aquí cuando nuestras miradas se encontraron por primera vez. Sus negruzcos ojos reflejaban la intensidad de las llamas casi extinguidas y los rostros horrorizados de los ciudadanos. Se mirada se posó sobre la mía un momento. Sentí que aquello iba a marcar mi vida.

   Salimos victoriosos de aquella batalla.

   Desde aquel suceso no pude quitármelo de la cabeza: sus ojos, su pelo, sus gestos de ayuda para los civiles… Esto provocaba en lo más profundo de mí ser un sentimiento de deseo.
Este se hizo realidad: el 28 de septiembre, un mensajero imperial trajo consigo un comunicado en el que se me informaba  de lo importante que era mi participación en la reunión que se produciría en el palacio de Aki-Hito.

   Como marcaba la tradición, me presenté con los atributos del Shinsengumi: un atuendo altamente visible, sobre todo en la batalla, que consistía en un haori y un hakama sobre un kimono cruzado por el pecho con una cuerda blanca llamada tasuki. Estos atuendos eran azules para chico, amarillo para las chicas.
Salí del cuartel general acompañado de mi vicecomandante HijikataToshizo y de un pelotón. Juntos nos encaminamos hacía el palacio imperial, donde nos esperaban nuestros aliados las fuerzas especiales de féminas.

   Tras una larga sesión en que el emperador nos alabó por nuestras anteriores proezas, nos comunicó la batalla que sucedería en dos días.

   Nos pusimos manos a la obra. Preparamos la estrategia de combate, armamos a nuestros hombres, cargamos con las municiones y nos dispusimos para el conflicto que se dividiría en dos flancos, uno en el norte de la ciudad de Kyôto, otro en el sur de ésta. El grupo de Kondô, al que pertenecía, fue destinado al septentrión. El resto hacia el sur.

   El 30 de septiembre, el clan Choshu fue forzado a salir de la corte imperial por el régimen Tokugawa. Todos los ejércitos: Shichôgumi, Roshingumi, y el Shinsengumi fuimos enviados al frente. Sin embargo sucedió algo que nunca nadie se habría imaginado… El ejército Roshingumi partió junto con las Shichôgumi. El acontecimiento fue que nuestros enemigos, el clan Choshu, sobornó la facción Roshingumi, y estos, traicionándonos, revelaron nuestras estrategias y posiciones de combate. Nuestros adversarios jugaban con ventaja.

   Pasadas las primeras horas de la contienda, nos informaron de las inminentes e inevitables bajas que se estaban dando en la zona sur donde luchaban nuestras compañeras. Pero para cuando nos llegó la triste noticia era demasiado tarde. Nuestro vicecomandante, Hijikata, alertado por la misiva, nos congregó y ordenó marchar como soporte para las kunnoichi que todavía mantenían las posiciones con dificultad en el campo de batalla.

   Me sentí completamente impotente. Me necesitaba y no estaba para ayudarle. A pesar de las advertencias Hijikata, desobedecer a mi superior fue lo peor que hice, pero pensé que merecía la pena hacerlo.  Dejé mi posición, pese a los gritos de súplica de mis soldados. Desenvainé  mis dos katanas y corrí. Mientras me abría paso entre mis contrincantes podía ver en sus ojos reflejado mi rostro angustiado. Tras un arduo recorrido llegué al lugar de la desgracia. Había cuerpos de mujeres destrozados, masacrados  por todas partes, sus gritos y lamentos cargaban el ambiente con una presión insostenible. A todo aquellos se el sumó unas oscuras y amenazantes nubes tormentosas, el aire se torno gélido, las ramas de los árboles, mecidas pro un bravo vendaval, provocaban en mi una intensa sensación de que algo iba ir a peor.

   Mi deber en este caso era socorrer a los heridos y acabar con los enemigos que quedasen en al zona, si aún había alguno. Intente no apartar mis obligaciones, pero no pude. Mi corazón se desgarraba. Una mujer entre súplicas me pidió una de mis  katanas para acabar con su vida.  Asombrado por la actitud de aquella kunnoichi, me acerqué para ver su rostro. Era ella.

   Mis ojos se abrieron, mis latidos se aceleraron, mi pulso, descontrolado. Comencé a temblar de una manera exagerada. Nunca antes me había sentido así. No temía morir, no temía ser deshonrado… solo temía perderla.

   La tenía frente a mí: los ojos llorosos, el cuerpo plagado de heridas, su traje desgarrado. Baje la vista, encontré algo que no me gustó: su pierna izquierda no estaba.

   Intenté por todos los medios trasladarla y mantenerla con vida el tiempo suficiente como para poder decirle lo que sentía, pero era imposible, su vida se agotaba. Su tez morena se tornaba de un color blanquecino que presagiaba su muerte.

   Me arrodillé junto a ella. Me miraba fijamente con esos ojos que antaño me cautivaron, a pesar de que habían perdido su brillo, la cogí suavemente apoyándola sobre mi hombro. Su largo y oscuro cabello resbaló por mi brazo dejando tras sí un leve rastro de sangre. Sabía perfectamente que por mucho que insistiese en tratar de salvarla ella se negaría. Su decisión era irrevocable, estaba decidida a morir.

   La saque del campo de batalla, colocándola con cuidado sobre la orilla de un río cercano al lugar donde la hallé. Me senté a su lado, sin apartar la vista ni un solo instante. Quería decirle todo lo que sentía a pesar de que ni siquiera conocía su nombre.

   Ella también me miraba. Como pudo, me hizo un gesto con su mano para que me acercase. Obedecí y me coloqué muy cerca de sus morados labios para escuchar sus palabras - Chizuru… Me llamo Chizuru- Ella sabía perfectamente lo que yo sentía, aunque nunca supe como.

   Una horda de enemigos se acercó. No podía dejarla allí, así que cumplí con su voluntad. Alcé mi katana y atravesé, con mucho pesar, su pecho dándole una muerte rápida e indolora. Antes de morir, sonrió.
Mis compañeros comenzaron a luchar. Yo me quedé con ella. Mi corazón estaba muerto, mi alma destrozada, mi vida vacía. Me acerqué poco a poco, aparté su fino cabello de su frente y posé mis labios sobre esta para besarla. Estaba sumido en una profunda tristeza, y, aunque intenté hacer el esfuerzo, no pude llorar, ya que desde mi infancia me adiestraron para no mostrar mis emociones. Aparentemente no lo hice, podéis decir que no tengo sentimientos, que soy frío y distante, pero en aquel momento lloraba  por dentro.

   Perdimos la batalla, a nuestros superiores, a nuestros amigos, familiares, hermanos, hermanas…
Durante los siguientes días reconstruimos poblados y ciudades, buscamos los restos de nuestros compatriotas, para darles sepultura. Nadie acudió a su funeral, solo yo.

   Fue una mañana grisácea. El cielo derramaba las lágrimas que yo no pude. Me acerqué a la tumba y dejé sobre ella un lirio blanco, después me arrodille y con la cabeza agachada le dije: “Gracias por darme tu última sonrisa”.

   Todavía la recuerdo, es una imagen que nunca olvidaré…



   Mañana es 30 de septiembre, han pasado tres años. Me preparó para realizar mi último viaje hacia Kyôto. El médico entró en la habitación, todo estaba listo. Abandoné el hospital de Tokyô y, con mis antiguos compañeros de armas que aún vivían, nos dispusimos para la travesía. Allí, en Kyôto, nos alojamos en un Ryôkan, un pequeño hostal. A la mañana siguiente fui a verla.

   A diferencia de entonces, el día se mostraba más apetecible, la brisa era suave, el clima acogedor… y yo era bienvenido. Entonces, al llegar al sepulcro, pude ver como habían comenzado a crecer lirios. Me fascinó, era un mensaje, sus sentimientos me correspondían. Me arrodillé y sonreí por primera vez en muchos años acariciando con las yemas de los dedos las flores frágiles. Allí permanecí hasta la llegada del crepúsculo, en silencio, observando la majestuosidad y belleza de aquellos lirios.

   Antes de marcharme, le dije: –Pronto nos veremos Chizuru.-
Esa noche soñé con ella. Venía por mí, con los brazos abiertos, sonriéndome.



   OkitaSôji, con 25 años de edad, falleció en Kyôto el 30 de septiembre de 1868. Más tarde su cuerpo fue trasladado a Tokyô donde fue enterrado en el nicho familiar. Un año después falleció el vicecomandante HijikataToshizo. El Shinsengumi se disolvió tras la muerte de este último.

Bueno, esperamos que os haya gustado mucho, mucho, muchísimo... ¡Y muchas gracias por leerla! ¡Eh, pero aún no os vayáis, que os dejamos con algunas fotos de estos dos protagonistas!


















   Muchas gracias por visitar nuestro blog. Un abrazo gigante para todos ^^
      Sora to Shurui desu ^u^




4 comentarios:

  1. konichiwa!!como eztaiz? muy xula la pagina!!lo malo esque me daba pereza leer la historia...:)

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    1. ¡¡¡¡Muchísimas gracias!!!! Sakura no Haikaaaaaaa :33
      Nya, nyaaa :3 quedamos segunda, pero por que incluplicos una normailla de nadaaaa n.n pero muchísimas gracias, chicas, la verdad esa es una denuestras mejores historias, Y una cosa más WIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII :333333 Mil gracias más ^^
      shurui-chan desuuu n.n

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